Marzo de 2015.- Sólo hay tres aldeas en Wasini Island. En dos extremos están las principales, Wasini y Mkwiro. La tercera es un núcleo más pequeño, tierra adentro, formado básicamente por casas de estilo tradicional: Nyuma Maji (literalmente, detrás del agua, en swahili).
Las dos primeras poblaciones cuentan con Madarasa (escuela coránica) y Primary School, y hay también un dispensario, además de un total de cinco mezquitas en la isla. Un 99 % de los cerca de 3.000 habitantes son musulmanes. Hay una antigua mezquita que atestigua que este pedazo de tierra fue uno de los primeros en ser ocupados por comerciantes árabes muchos siglos atrás (que se mezclarían con la población bantú de la costa, dando lugar a la cultura swahili) y hay otra mezquita más pequeña y una específica “para mujeres y niños”.
Todos hablan (Ki-)Swahili pero uno de los dialectos locales es el Kivunda, de origen bantú, pero me cuentan que hay otros como el Kidingo y el Kikifundi. Wasini cuenta también con cierta población llegada de la isla tanzana de Pemba.
Aquí no hay coches, como dije. ¿Y pundas? En Kwiro hay dos “punda” (asnos) pero ninguno en Wasini, me contaba Feisal en una rápida introducción a la isla a mi llegada. “Teníamos uno pero mordía a las cabras, tuvimos que echarlo…”.
Así como en Lamu descubrí que cuentan con un dialecto bastante diferenciado del Kiswahili, el Kiamu (hablado por los pueblos Badjuni del archipiélago), me intereso aquí por el Kivunda, a veces llamado genéricamente “Kiwasini”. No tardo en establecer conversaciones en mi Kiswahili básico con la gente del pueblo, lo que me abre puertas en seguida porque no están acostumbrados a oír hablarlo a un mzungu. Y menos por estos rincones perdidos.
– Umejifunzwa Kiswahili wapi? – me preguntan todos con sorpresa (¿Dónde aprendiste Swahili?)
– Nilienda darasani Zanzibar zamani, nilijifunza Kiswahili Sanifu kule, iko Taasisi ya Kiswahili na Lugha za Kigeni, Ngome Kongwe. Baadaye nikirudi Barcelona nilimpata mwalimu Mspanish lakini anajua Kiswahili vizuri sana, na ninasoma nyumbani na vitabu pya. (Hace mucho tiempo fui a clase en Zanzibar, donde aprendí Swahili Sanifu -el estándard y más puro- en el Instituto de Swahili y Lenguas Extranjeras, en Stone Town. Después cuando volví a Barcelona conseguí un profesor español pero que sabe mucho swahili, y también estudio en casa con libros).
Entonces abren los ojos con una sonrisa y entienden: me dicen que se me nota en mi forma de hablar y sobretodo en mi acento, más “de Tanzania”.
Tras ofrecerme asiento y unirme a la charla de un grupo de mujeres frente a su casa, amenizo la conversación con algunos proverbios divertidos aprendidos a lo largo de la costa africana oriental (el clásico “Haba na haba hujaza kibaba” siempre es resultón), y a su vez una tal Khadidja me da algunas lecciones de su dialecto a petición mía:
– Traer (“lete” en Swahili) es “rerre” en Kivunda.
– Llevar (“chukua” o “peleka” en Swahili) es “rwá” en Kivunda
– Yo quiero… (“ninataka” en Swahili) es “nabwera” en Kivunda.
Vaya, es bastante diferente, les comento. Pero no tanto, depende. Para preguntar si “¿hay comida?” (en swahili “kiko chakula?”) ellos dicen “kibuko kiakula?” o también “kibaho kiakula?”, añaden.
La expresión “me he perdido” (“nimepotea” en Swahili) es “sinapotea” (singular) y “runapotea” (plural) en Kivunda.
Pero ugali (la comida a base de harina de maíz, también llamada “sima” en toda el área swahili) aquí se convierte en “dona”. Y pescado (“samaki”) en “swii”. La cosa se pone difícil, así que dejamos las clases para más adelante… Me despido y sigo mi paseo inmersivo, topándome con caras cada vez más familiares que ya me saludan.
Hoy quería bucear en la llamada Marine Conservation Area, una opción barata (5 $) si no se quiere pagar de nuevo los 25$ del parque, y accesible a nado desde el pueblo. Pero la oficina del BMU (Beach Management Unit) está cerrada y el encargado, un tal Saïdi, ha salido. Tal vez a la mezquita (es viernes). Me cuentan que no hay problema, que puedo ir igualmente y después ya lo arreglamos pero… hoy hay un poco de corriente en el canal y decido hacer caso a Feisal (al que me encuentro haciendo unas compras) y darme un chapuzón frente al cottage con el “ring” (salvavidas) atado a la cintura. Así puedo alargar tranquilamente la sesión de snorkel un par de horas sin volver a la orilla, descansando y ajustando la máscara cuando convenga.
Y lo que descubro es que… el arrecife frente a mi cottage, a tan sólo cuatro brazadas, es ESPECTACULAR. Es increíble encontrar una vida marina tan rica tan cerca de la costa. No puedo creerlo. Disfruto como un bellaco. MUNGU NI MKUBWA. Dios es Grande.
No hay nada como pasar largo rato en el mar para coger hambre y además la comida swahili del Blue Monkey, que prepara una mujer del pueblo, es deliciosa. Por entre 4 y 5,5 euros puedes escoger entre tres “menús”: seafoods, vegan o raw-food. Después de unos días con platos buenísimos con salsa de coco y de unas algas que sólo crecen aquí, hoy toca unos spaguetti con pulpo. Los engullo con avidez, aunque partes del pulpo han quedado un poco duras: antes de cocinarlo, es muy importante pegarle unos tremendos golpes durante un buen rato por todos lados (es muy común ver a pescadores en las playas atizar a estos cefalópodos con ganas), y creo que en esta ocasión se quedaron cortos, en fin.
Por la tarde ando casi todo el camino hacia el Charlie Claw’s, mientras anochece y la puesta de sol dibuja unos preciosos baobabs a contraluz y un dhow varado que alguien está reparando. Es un poco liado atravesar el pueblo porque el camino no es recto, va zigzageando caprichosamente entre las casas sin un rumbo muy lógico. Así curioseo en la vida local y veo a las familias prepararse para la cena dentro de las casas a la luz de lámparas de aceite de farafina, con su olor característico, y pienso de nuevo en Lamu y su intimidad musulmana puertas adentro, reservada, misteriosa…
© Texto y fotos de Carles Cascón, 2015
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