
Kisite Mpunguti Marine Park
Marzo de 2015.- Una de las principales razones que me trajeron a Wasini Island es el Kisite Mpunguti Marine Park, y a él le dedico mi primer día en la isla. Sin más dilación. “LA LEO LIFANYWE LEO”, reza un proverbio swahili (literalmente: “lo de hoy, hágase hoy”. Vamos, que no dejes para mañana…).
Espero ver a los delfines, aunque no me hago ilusiones de poder nadar con ellos, como en Kizimkazi, en Zanzíbar. Aquí sólo te permiten lanzarte al agua si los encuentras en según qué zonas del parque, para evitarles el estrés de las visitas humanas. Me parece bien: si yo fuera delfín, tampoco me gustaría tener “wazungu” cada día en casa. La hospitalidad tiene sus límites.
Kisite Mpunguti Marine Park
Gestionado por el Kenya Wildlife Service (KWS), el Kisite Mpunguti Marine Park empieza a un quilómetro al sur de la isla de Wasini, en el extremo sur de Kenya, y a unos 8 Km. de la frontera tanzana, y cubre unos 28 km² (la Reserva incluye otros 11 km²). Protege a un ecosistema riquísimo y espectacular de vida marina alrededor de su bien más preciado, la barrera de coral, además de cuatro pequeñas islas coralinas y una barra de arena desde donde practicar un memorable snorkelling en aguas prístinas.
Feisal me había reservado una plaza (a 2.100 Ksh) en el dhow Kauthar, capitaneado por un tal Mwalimu (profesor, en swahili) y me llevó hasta el muelle de Shimoni para sumarme a los otros pasajeros, previo pago de los 25$ (o 2.350 Ksh; no aceptan euros) de la entrada del parque en la oficina del KWS a pocos metros del puerto.
Lo mejor es, sin duda, alquilar una embarcación privada y llevarse el pícnic para disfrutar al máximo del parque y moverse libremente por las distintas zonas de buceo para amortizar el pago de la entrada. Si se viaja solo o con poca gente resulta más asequible la excursión con el grupo en el dhow grande, aunque es algo más corta, puesto que acaba después de la comida en un restaurante de Wasini (Coral Spirit, cerca del Mpunguti Lodge), con opción a una visita al pueblo a pie o hasta el Coral Garden. La ventaja de los que residimos en la isla es que nos quedamos aquí… así que podemos continuar el baño hasta la noche enfrente mismo del cottage. Los que han reservado el tour desde su hotel en Diani, a parte de cobrarles una cantidad para mí desmesurada (por el transporte privado añadido), se tienen que levantar mucho antes y perder tiempo en la carretera para ir y volver.
Yo me dí por más que satisfecho con la espectacular mañana de snorkel en la barrera de coral, y más después de haber dado los buenos días a un pequeño grupo de delfines “bottle-nosed” que nos rodearon un buen rato con sus saltos, incluso a muy poca profundidad cerca de la arena. Se dice que la población de delfines en este santuario llega a 200, e incluye también las especies “spinner” y “humpback”. No es 100% seguro verlos en cada visita, lógicamente, aunque la probabilidad es alta.
Tiburones ballena
También se pueden avistar a tiburones ballena (whale sharks) y, de octubre a diciembre, ballenas jorobadas (humpback whales) a su paso migratorio. Entre las especies en peligro más notorias, se encuentran aquí los “coconut crabs” (cangrejos de cocotero), los antrópodos más grandes sobre la tierra, que fuera del parque sólo habitan en Madagascar y en la isla de Chumbe en Tanzania. Y aún más inquilinos ilustres: tortugas (Green, Hawskbill, Loggerhead, Ridley y Leatherback). Todo eso sin contar los peces de todos los tamaños e increíbles colores, estrellas de mar, algas y corales que les esperan a uno bajo la superficie.
Me hizo feliz ese día, en particular, ver una inmensa raya nadando y camuflándose bajo la arena, además de un pulpo de considerables dimensiones escapando de mi vista en un agujero de la barra de coral.
Tan sencillo como lanzarse al agua con las gafas y el tubo y dejarse llevar por la corriente a lo largo del arrecife… La experiencia acaba con parada en la barra de arena blanca para un memorable chapuzón en estas aguas turquesa antes de la comida.

Coral Garden
Aprovecho que duermo en la isla para visitar, sin prisas, el Coral Garden antes de volver al Blue Monkey Cottage. Gestionado por The Wasini Women Group (entradas a 200 Ksh), este jardín natural de rocas de coral de caprichosas y extravagantes formas se visita por unas pasarelas de madera sobre el agua y entre los manglares y las rocas. El aspecto varía según la marea y las lunas, con bastante diferencia de nivel del agua. Recomiendan ir cuando la marea está baja. Las mujeres invierten la recaudación en ayudas a escolares y la población necesitada de Wasini.
Al salir, un grupo de niños se da un feliz chapuzón en la orilla y me saludan con una canción. Parece que uno de ellos se da algo más que un baño, puesto que sus amigos en la orilla ondean entre risas sus calzoncillos…
Saïdi, que me ha acompañado amablemente en mi paseo por el Coral Garden, me lleva a casa de Abdalah Masoud, con el que contacté semanas atrás para una posible habitación en su Mpunguti Lodge (un veterano hotel en la isla pero que, tras la muerte del padre, ha pasado con más o menos suerte por la gerencia de distintos de sus hijos). Saludo a Abdalah y me ofrece una habitación a 1.500 Ksh frente al mar, desayuno incluido (yo pago 2.300 por el cottage, desayuno aparte)… pero la suya está en el pueblo, sin mucha intimidad, y las vistas a la playa con la marea baja no me atraen: pilas, plásticos, latas… Prefiero la tranquilidad de mi bosque silvestre y acceso privado al agua. Y desayunar viendo a los monos saltando por las ramas de mi baobab.
Cuando anochece en el cottage, oigo unas voces y me acerco al viejo muelle de madera. Tres niños se lo pasan en grande remando encima de una vieja tabla de surf similar a la mía, a la luz de la puesta de sol. Paddle surf (SUP) a la africana…
– Njooni! (venid)- les grito en swahili.
Se acercan encantados, me saludan riendo encaramándose a los escalones, y vuelven a lo suyo, con su sombra alejándose a contraluz entre los manglares, y el cielo y el agua tiñiéndose de un naranja intenso y limpio, envuelto en el canto de los pájaros. Allí me quedo, mientras cae la noche en la tranquila Wasini.
© Texto y fotos de Carles Cascón, 2015
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