Marzo de 2015.- Una pequeña isla sin coches ni por supuesto carreteras -tan sólo unos caminos para recorrer a pie-, a un tiro de piedra del magnífico Kisite Mpunguti Marine Park, e impregnada de la cultura swahili, se presentaba como una tentadora opción para alejarse del mundanal ruido durante unos días en Kenia. Eso sí, sin electricidad ni agua corriente.
La isla de Wasini, a unos 75 quilómetros al sur de Mombasa, colmó mis expectativas sedientas de mar y arrecifes de coral, habitados por peces de increíbles colores. Aparte de naturaleza y tranquilidad, poca cosa más iba a encontrar en este pedazo de tierra de 7 quilómetros de largo por 3 quilómetros de ancho, al que se llega en un corto paseo en barco a motor desde el muelle de Shimoni.
En algún lugar se habla de Wasini como “la hermana pequeña de Lamu”, en el extremo norte de la costa keniata, pero hay que salvar unas cuantas distancias respecto al bello archipiélago próximo a la frontera con Somalia. No encontraremos aquí ni la rica arquitectura swahili, ni su museo, ni exquisitos hoteles en casas tradicionales, ni su laberinto de callejuelas con tiendas y talleres… ni tampoco su nutrida población de burros (pundas, en swahili), el medio de transporte habitual en Lamu aparte de los dhows tradicionales.
Wasini es mucho más humilde, incluso un poco dejada en algunos aspectos. Las autoridades tienen el actual reto, por ejemplo, de concienciar a sus habitantes de que no pueden convertir cualquier solar en un vertedero o lanzar los desechos al mar. En ello trabajan y de su éxito depende que la isla de Wasini se mantenga como un atractivo para los amantes del mar y la cultura swahili, más allá de breves excursiones de una jornada organizadas desde las turísticas Diani o Tiwi.
Llegué a Wasini Island el pasado miércoles, 18 de marzo, tras unas breves escalas en Nairobi y Mombasa. Había reservado uno de los dos cottages de Feisal y Amina (The Blue Monkey Cottages), que encontré por internet como Wasini Boat Operators (www.wasini.net), por cuatro noches (“ampliables: te aseguramos que te gustará”, prometieron) y nos comunicamos sin problema por mail y teléfono los días previos: había que preparar todo con antelación, como los productos frescos traídos del continente. Feisal me esperaba en la parada de matatus de Shimoni. Le había mandado un mensaje al salir de Likoni y otro al dejar la carretera asfaltada para recorrer los últimos 12 quilómetros de pista hasta Shimoni, como me pidió. Me habían sugerido la opción pràctica (y cara) de alquilar para mí solo un taxista desde Mombasa (les cuesta imaginar a un mzungu en un matatu) pero me ahorré los 5.000 Ksh (unos 50 euros al cambio actual) optando por el transporte público. La única manera de salir de la isla de Mombasa hacia el sur es subiéndose a uno de los ferrys que la comunican ininterrumpidamente con Likoni.
Bajé a pie arrastrando mi equipaje hasta el muelle (un joven se ofreció a cargarlo por una módica propina, gracias), me monté al ferry junto a decenas de transeúntes keniatas y algunos vehículos, y en un momento estaba en la otra orilla para subirme al primer bus o matatu hacia Shimoni, que no tardó en llenarse y arrancar. A 250 Ksh la plaza por un par de horas de viaje. La sonrisa con la que me recibió un tranquilo Feisal antes de invitarme a subir a su barca me pareció una señal de que había elegido bien. Antes me proveí de un par de cervezas Tusker y otras tantas Tusker Malt (mi preferida) en el bar Smuggler’s (oportuno nombre: contrabandista), frente al muelle: no se vende alcohol en ninguna tienda de Wasini y tampoco lo hay en el Blue Monkey. Feisal me compró también algo de hielo… pero no duraría mucho: mi “nevera” del cottage sería una ánfora de barro en la que consiguen bajar la temperatura ambiente con un poquito de agua para poner en remojo las bebidas a la sombra. Traditional fridge.
Por lo demás, no hay agua corriente en toda la isla y se utiliza en bidones la que recogen de
la lluvia y almacenan en grandes tanques (cuando se agota en la estación seca, la traen en barco desde Shimoni a precio de oro). Se puede utilizar la “bucket shower” de tu baño o las duchas comunitarias del jardín, donde hay el lujo de un bidón colgado en el techo del que pende una ducha regulable con un grifo. Bueno, decir jardín quizás sea excesivo. Una mano no le iría mal para adecentar el terreno… aunque también es verdad que perdería su actual aire salvaje.
La luz se alimenta con un pequeño generador con placas solares durante el día. Da para algunas bombillas y cargar algún dispositivo, aunque no sé si daría para un ordenador portátil… La lámpara de la mesilla de noche funciona también con una pequeña placa solar, así que no hay que olvidarse de ponerla a tomar el sol durante el día. Lo mismo con las pequeñas lámparas que iluminan el camino a la ducha y el baño por la noche. Para los que tengan miedo de los bichos nocturnos, que no escasean en esta zona asilvestrada, Amina y Feisal han instalado un inodoro portátil y lavable en el cottage, pero “sólo para fluídos”, especifican.
Cuando llegas con Feisal a este rincón de la isla, caminas desde el barco hasta el pequeño muelle de madera con el agua hasta un poco más abajo de la rodilla (en marea baja), subes los maltrechos escalones de madera con tus pertenencias y enfilas el camino de piedras hasta la “casa”, te asalta la sensación de que estás lejos de todo y te sientes un poco Robinson Crusoe. ¿Dónde podré conseguir algo de agua potable?, te preguntas por ejemplo.
En realidad, pronto descubrirás que el pueblo de Wasini está casi al lado, a un paseo entre los árboles, y que Feisal y Amina viven un poco más arriba, en la Banda Mlimani (que alquilan también como alojamiento), y que los vas a ver por aquí durante el día. Pero el sencillo alojamiento de paredes de piedra de coral, sumergido entre arbustos, árboles y un baobab que se avista desde el mar, se me antoja ideal para mis propósitos contemplativos (introspectivos y acuáticos vía snorkelling) de los próximos días. POLE POLE NDIYO MWENDO.
Hasta que no llegue una joven pareja alemana que se instalará en el otro cottage, mis únicos vecinos serán algunas gallinas, un par de cabras, un cangrejo perdido y de considerables dimensiones que arrastra ruidosamente su concha por la noche, algunos monos (hay que cerrar la puerta porque se acercan a buscar su desayuno…), pájaros… ah sí, y un duiker (pequeño antílope) que habita en nuestro terreno y se acercará a mi casa por la noche. Buena parte de ellos, especialmente las cabras, se arrimarán a mi puerta para refugiarse cuando lleguen las primeras lluvias, aún esporádicas… En este contexto, que mi primera Tüsker Malt no esté precisamente “baridi sana” (muy fría en swahili), no es inconveniente alguna para sentirme en el cielo.
Lástima que la tabla de surf que me esperaba bajo un árbol sea tan sólo una vieja tabla de windsurf (sin vela, claro) bastante hecha polvo y sin quilla, así que es imposible mantenerse en pie y hay que remar sentado, como en un cayak. El primer paseo por la zona, hasta los manglares, a la puesta de sol es una delicia. Le sugeriré a Feisal que metamos una pieza de madera de manglar a modo de quilla, a ver si funciona como Stand Up Paddle Surf (SUP). El problema será que, con la marea baja, tocará las rocas y corales…
© Texto y fotos de Carles Cascón, 2015 WARNING: PUBLISHING IN PRINT OR DIGITAL MEDIA WITHOUT PERMISSION IS STRICTLY FORBIDDEN UNDER PENALTY OF LAW
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